Desde Nuestro Eucalipto

Bocha, Bochita
(a Rogelio López González, fallecido 03/09/14)
¡Cuántas tardes sin horarios te la pasabas regando con tu corazón purpurado el verde que te desvelaba, el del patio de nuestra casa, esa en la que hoy tus hijos y sobrinos lloramos orgullosos por sentirnos parte de esta pasión compartida de la ovalada!
Tu obsesión por cuidar “la canchita” y tu incansable forma de querer los árboles que plantaste y cuidaste, eran fiel reflejo de tu amor por Cardenales, de tu deseo de que se respetaran los verdaderos valores del rugby, que aquellos sabios fundadores te transmitieron.
Tu pertenencia a aquella cuarta del 58, campeona en primera del 64’, firme el espíritu en los duros partidos de la vida, y tu graciosa participación con aquellos próceres en cada seven democrático, fueron solo atisbos de tu persona: parte inmensa de nuestra intensa historia.
Tu generosa predisposición nos mostró cómo ser un poco de todo: jugador, hincha, seleccionado, canchero, padre, presidente, chofer, amigo, dirigente, hincha, hermano, maestro.: tío bueno de esta familia tan particular.
¡Cuántas cosas podríamos decir de tu honestidad a toda prueba, de tu docencia desde la esencia! Se dice que la cruz de nuestro pecho está hecha de la madera de los árboles que vos plantaste.
Todavía vemos la cara de los sudafricanos cuando, con tu particular dicción, les contabas de “un pájaro del norte de ‘Argentine’”, y les cantabas que “juegan muy bien los franceses”, pero que “los Cardenales son atletas colosales”. 
Auténtico, ejemplo silencioso, libre, predispuesto, alegre, nos enseñaste a volar, verdadero Cardenal. 
Bocha, Bochita, querido Papazón, va por vos este “bulldog” del alma de toda esta gran familia que ya te añora, y en la que siempre estarás presente con la luz de tu nobleza y la humildad de tu grandeza.
  
Alejandro Pituto Bellomio.



Gringo querido
(a Héctor Odstrcil, fallecido el 30/01/15)
Si estas palabras tuvieran pretensión de letanías o intentaran lograr un homenaje, seguramente quedaría a mitad de camino entre loas y lamentos. Los blasones institucionales sobran y el legado familiar está más que a la vista: esa verdad es alumbrada por mil señales. Pero yo solamente quiero escribir sobre alguien que, ante todo y a cada paso, nos entregó su corazón de púrpura y cruz. 
Sus destellos de alegría y vitalidad y sus ganas de vivir y de crecer lo llevaron, por su prusiana tenacidad, a estirar hasta lo imposible el silbato final que derivó en este tackle sin pelota que la vida nos pegó el viernes 30 de enero de 2015.
Auténtico estandarte de pura cepa de esta casa linda; metódico y meticuloso -como buen ingeniero-; tenaz discutidor; franco; leal; niño permanente en sus andanzas; serio e implacable ante la adversidad; siempre a mano un chiste y alguna rabieta ocasional nunca faltaba. 
Conocedor de la importancia de la esencia, de volver siempre al origen, acercó nuevamente al club a Don Ricardo Martínez Pastur en tiempos de su primera presidencia, como para no salirse de la huella. Unos veinte años después, volvió a ese sitio, cual piloto de tormenta, sabio, docente y aglutinador, con una clara conciencia de que “hay que formar dirigentes”. Así es, las destrezas del calendario lo anotaron en ese lugar elegido justo para los cumpleaños de “50” y de “70” de los Nales. Lo que pasa es que su apellido nos es tan familiar, que lo deletreamos de memoria, a pesar de que tiene más consonantes que la primera y segunda línea juntas.
¡Qué huérfanos quedamos con su ausencia! 
Ahora es tiempo de encarnar los valores que su ejemplo nos grabó como no negociables: pasión y honestidad por lo que se ama, respeto por los demás y humildad para no ponerse encima de nadie, mucho menos del club.
Nos queda su lección de Gran Cardenal: el que jugó con el alma su largo último partido, sabiendo que ya estaba perdido de antemano; contagiando vitalidad y entusiasmo nos mostró el camino y, a pesar del dolor que lo marcaba, no perdió el buen humor y el optimismo. Se levantó cada vez que fue al piso, se sacudió la tierra y volvió a ir hacia adelante: eso es el rugby, eso es Cardenales.
Chau, Gringo del alma. Nosotros nos quedamos, sabiendo que desde algún lugar de los palos nos contemplás hecho pájaro, nos seguís de cerca, nos acariciás con tus alas y nos picoteás pa’ que despertemos. Nuestro mejor agradecimiento será seguir tus pasos, o por lo menos intentar hacerlo, aún sabiendo que no te alcanzaremos.
Así nos dejaste, Gran Cardenal, quedarás por siempre entre nosotros, con el “Bulldog” más triste de todos, pero tan de adentro del alma, reconociéndote al pie de nuestros cerros, en el pasto, como en la cancha. 
Te vas yendo en un canto que llega hasta tu Raco y te deja a la par de los que te esperan en nuestro Barrio Sarmiento del cielo. Ellos te van a recibir y también te agradecerán ese temple y ese fuego sagrado que quedó para abrigarnos.
Porque siempre serás tan Cardenal.
Alejandro Pituto Bellomio.


Pepito
(a José R. Pepe Mattalias, fallecido el 18/06/18)
Luchador solitario rodeado de amigos. Te fuiste a tu manera, sin esperar compasión, perdiendo el peso que tanto pesaba, dejándolo todo en el lento y abrupto final.
“Buenazo”. “Gran amigo”. “Implacable”. “Tierno con coraza”. “Posesivo”. “Noble”. “Contradictorio”. “Incomprendido”. “Gran hijo”. “Incansable”. “Caprichoso” ¡Cuántos adjetivos podríamos agregarle a tu persona!
Me parece que la grandeza de tu corazón, tan inmenso como tu cuerpo, nos alcanza para reconocerte. Buscando la salida a tus laberintos con ese fino buen humor que, disfrazado de malo, en yunta con la acidez de las formas y la dulzura de los fondos te acompañaba en tu franqueza.
Sentado en tu silla, detrás del ingoal norte de la Silvano, rodeado de fieles amigos que te abrigaron hasta el pitazo final, quedarás en el rincón de la memoria de varios, con tu sinceridad a cuestas, lleno de idas y venidas en tantas vueltas de nuestras vidas.
Desde los tries anulados “para no correr” hasta la firme intención de moderar a las manadas poco educadas del rugby local, marcaste el camino de muchos, con la clara idea de la responsabilidad antes que nada. Fijaste el reglamento a cada paso, dictando la tarea con la verborragia de niño grande que salía de públicas peleas para adentrarse en hondos y profundos tientos de amistad mano a mano.
Este club fue tu casa a la que honraste con tu presencia y con tus enojos. No caben dudas.
Tal vez el mejor homenaje sería no darnos el lujo de la tristeza. Para que no te gane el partido esa perversa compañera a la que le esquivabas, a fuerza de empuje y soledad. 
Siempre seremos tu familia, muy cercana o un tanto esporádica. La Familia Cardenales nos regaló un hermano, tío, padre o padrino. Depende dónde nos tocara la relación. 
Es nuestro orgullo que hayas sido un digno hijo de estos pagos.
En tu honor, brindaremos por tu inquebrantable honestidad con un “Ballantines” sin hielo, escuchando algún bolero final, pensando en qué hacer con nuestro club, en medio de reuniones interminables y tertulias sin fin.
Chau, Pepito. Gracias por todo. Que el mensaje de tu corazón nos fortalezca.
Alejandro Pituto Bellomio.


Gracias por todo, Oso querido
(a Héctor Oso Otaiza, fallecido el 15/05/19)

Noble orfebre de las alas fuertes del Cardenal que nos protege, que no nos abandona.
Forjado entre hierros, artesano de la fuerza arropado de gordos.
Carasucia pintada de púrpura, sol y betún.
Fiel amigo.
Guardián y compañero de todo aquel que tuviera la cruz en el pecho.
Soñador empedernido.
Vivía para este club y amaba esta casa como velaba por su familia.
Parió nuestras máquinas de entregar el corazón, lo que aquí no es poca cosa.
Años al lado de la cancha levantando, corrida, la banderita más amiga que podíamos tener.
Máximo baluarte de nuestra fauna irrepetible.
“Edición limitada”, dijo Franco; “irreemplazable Cardenal”, sentenció Ramón.
Junto a los changos hasta el último destello del carbón.
¿Quién no se cobijó en las parrillas de sus historias?
Alegró tantas noches después de las batallas.
Su rasante ráfaga de 113 kilómetros por hora aún sobrevuela alguna trinchera de Malvinas o de Vietnam. Da igual.
Compañeros que “cayeron” a su lado (o se fueron), mientras él seguía “tirando”, empujando las espinas de nuestras vidas.
Nos debemos mil brindis por su frondosa memoria, escondida detrás de sus aventuras y su dureza incomparables.
Ya andará revoloteando en ese mágico eucalipto donde nos esperan aquellos que él admiraba.
Rondará por nuestros rincones este Santo del empuje, bendiciendo los espacios de transpiración.
Cardenal en carne viva; Cardenal de hombro pelado, Cardenal superior.
Que su lápiz, su ruleta, su maza y su cortafierro nos ayuden a encontrar el añejo sendero de nuestros sueños, el que nos acerque al corazón.
¡Gracias por todo, Oso querido!
Que la nobleza de tu empuje nos acompañe, nos bendiga y nos arrime al calor de nuestros fuegos.

Alejandro Pituto Bellomio.

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