Hoy les presentamos a Marcelo Agustín Ponce, "Riccie" para todos: hijo de un prócer purpurado: el emblemático Chueco Ponce y de la Grandísima Cuca, remadora sin tregua del pasaje Houssay y Avenida América.
Era muy difícil -por no decir "imposible"- imaginar para Marcelo otro destino que el de la casaca purpurada. Más allá de que el personaje en cuestión no tenía otra ambición que la de divertirse y divertirnos, sin distinciones, adentro y afuera de la cancha. Un sello indeleble del desenfado y la desfachatez de su personalidad convocante, apuntada a la alegría, con genialidades "incomprendidas" para la época.
Un incansable constructor de buenos momentos que deleitaba con su juego y sus ocurrencias, que ponía los pelos de punta a las maestras y a los adultos (no podía ser de otra manera), que dejaba en vilo a sus amigos y que seducía a cada paso de su andar, jamás desapercibido.
Y ahí andaba el "Negro" le decía su padre, mientras lo llevaba a casi media luz en su Ford Falcon con destino directo a nuestro patio.
Riccie solo quería jugar y divertirse.
Pasta y facha de crack, indudable. Deleitó con su naturalidad para moverse en cualquier cancha hasta pasados los 40. Pero eso no es lo que más importa por aquí, más allá de sus dotes de excepción, más allá de su debut a los 17 (y en tiempos bien "picantes"), su gira por Europa con la primera a los 18 y su presencia inconfundible en todos los seleccionados juveniles. Lo que pasa es que lo primero que aquí vale son el corazón y la entrega y cotiza en oro la buena onda. Tal vez por eso es que este personaje está cerca de ser leyenda por estos pagos.
Inquieto y nómade. Un indomable al que la vida lo llevó por el mundo, lo puso a prueba (¡y qué pruebas!) varias veces. Con su sonrisa le pega un tackle a cualquier mala espina que se le acerque, a cada desafío de adversidad que se le venga encima. Ese es Riccie, el que se olvida sus zapatos en su propio casamiento; el que se pone feliz por Cardenales, el que primero pone su corazón, su cabeza y su cuerpo por su Nales amado, antes que pensar en afinidades o en diferencias.
Porque siempre estará entre Barrio Padilla y Barrio Sarmiento. Porque siempre está cerca, en nuestras rondas, con la buena energía de su persona. Porque su andar por la vida lo sigue poniendo a prueba y él no le mezquina a "la apretada de dientes", sin dejar de pensar en la próxima sonrisa.
Porque, simplemente, es Riccie Ponce, un Cardenal que vuela por el mundo, soñando alto y estando siempre a mano de sus amigos, de sus hermanos. A continuación, el artículo:
Mi papá me contaba:
“¡Cuando jugás al Rugby, podés viajar con tus amigos, divertirte, pasarla bien, y conocer cosas increíbles!”
Es uno de los primeros recuerdos de mi infancia, y en ese momento seguramente, no lo entendía así. Con la suerte de que al primer entrenamiento que fui en mi vida nos avisan que nos íbamos a Santiago del Estero! No podía creer tanta coincidencia!!
“Checha” era mi compañero de escuela y lo invité, se animó a viajar aún sin haber siquiera entrado a una cancha de rugby. Las cosas se ponían interesantes, el misterio de lo desconocido era enorme. El viaje empezó con una anécdota: a las pocas cuadras de salir de la Silvano Bores, una botella de cocacola de “litro” que llevaba en su pequeño bolso armado por su madre, se le rompió y le mojó todo lo que llevaba adentro. los primeros segundos del incidente eran tristes, angustiantes. Se hizo un silencio solidario alrededor de Checha y su bolso mojado; él lloró; y de repente, dijo “pero no importa, porque a mí me gusta la Torasso!! (gaseosa de la época). Fue tan gracioso lo que dijo que todos nos empezamos a reír con él, y no parábamos de reírnos. Horas mas tarde, al lado del Santiago Lawn Tennis había un zoológico, y el “loco" Honorato”, pícaro y agrandado, se puso a hacerle la broma a unos monos: de ofrecerles caramelos y sacar la mano cuando el mono se acercaba, lo cual, generaba molestia en los animales, pero risas al chistoso. En una de esas, la mona más grande, se da cuenta del juego y mueve su mano más rápido que lo que el “gato” intenta quitarla, logrando agarrarle la manga de su campera “inflable” nuevísima, y con todo el peligro de la situación, el niño queda “pegado a la jaula”, gritando desesperado, sin saber los demás como ayudar. Parecía que la mona se estaba cobrando la humorada, y terminó arrancándole la campera y destruyéndosela sin ningún daño para nuestro amigo. Hasta se ponía la capucha destrozada como burlándose del pícaro!! más y más risas, sin parar!!
Mi papá me había dicho la verdad: en los viajes de rugby te reías mucho. Pero aún faltaban más cosas: me alojó una familia que hasta el día de hoy nos seguimos comunicando; el rugby también te regala eso. La sensación de conocer lugares y personas, tener experiencias diferentes a las tradiciones de mis pagos. Volvimos a viajar con el club en todas las divisiones, confirmando todo eso y más. Entonces, empecé a hacer otros viajes.
"Mamá!!! me voy un ratito a la otra cuadra a jugar con los chicos!!" a la noche la llamé desde la provincia de Salta para avisarle que yo estaba bien y que habíamos subido en un micro que llevaba jubilados por el fin de semana. Mi mamá no se sentía tan cómoda con esa idea, tener lejos a sus hijos era sinónimo de dolor, añoranzas y desconcierto. Sin embargo, yo prometía una especie de regla implícita: en ningún momento pondría en riesgo mi salud e integridad, así que en cierto modo me “daba permiso” a un comienzo de vida diferente y “no autorizado”, apañado por mi viejo, que apenas miraba de reojo. A mis 15 o 16 años no existían los teléfonos celulares, ni siquiera Internet, así que viajar era realmente una verdadera locura.
Una tarde, Julito Parajón fue a la casa de mis medio-hermanas Mariana y Eliana López González llevando las fotos del viaje a Bariloche; yo no podía creer lo que veía: gente sonriendo, divertidos, jugando… Era como lo que se vivía en los viajes de rugby; mi cabeza explotó, y parecía que más fuerte se afianzaba esa vocación.
Si hubiese un comienzo oficial profesional fue un verano a los 16 años, cuando un familiar lejano me pidió que lo ayudara con un contingente de vacaciones a Mar del Plata: iba a ser su secretario, y yo estaba feliz por que me iban a regalar la remera de la empresa!!!!! Parecía que todo estaba definido, sin embargo, apareció otra pasión más: con la división fuimos un domingo a la matineé del boliche “Metastasis”: los colegios se anotaban para ir con sus compañeros y amigos, se bailaba sin parar, se reía mucho, se conocía mucha gente. Sin darme cuenta al domingo siguiente ya era tarjetero (ahora se llaman RRPP). Listo, todo claro: rugby, viajes y relaciones publicas; y ahí fui, abriendo mucho mi cabeza en cada destino, descubriendo Europa gracias al club teniendo 18 años (ahí surgió el apodo “riccie”), riendo sin parar, viajando a Bariloche cada mes, bailando, conociendo gente y viviendo experiencias inolvidables.
De pronto algunos amigos y familiares no parecían tan felices con mis actividades. Comentarios como “eso no es vida”, “buscate un trabajo de verdad”, “deberías hacer algo serio” aparecían de a poco. Lejos de enojarme, y sabiendo que me lo decían desde el amor, comprendí que algo tenia que arreglar. Entonces mi mamá otra vez me hablo: “si amás eso que hacés, sé un profesional y hacelo lo mejor posible”. Mi papá asintió esa simple y contundente afirmación. Me decidí y empecé a estudiar todo lo que estuvo a mi alcance: Comunicación Social, Sonido y la Licenciatura en Relaciones Públicas, mientras tomaba capacitaciones relacionadas a turismo, a recursos humanos y a primeros auxilios (hasta ahí había pasado por las carreras de Agronomía y Educación Física). La idea era profesionalizarme para hacer las cosas bien; confieso que era muy difícil, sobre todo, porque en la secundaria no había sido el “Domingo F. Sarmiento" de la clase, y sin embargo, las ganas de seguir mi pasión me motivaban a hacerlo. Tengo el recuerdo de “despertarme” en el bondi cayendo sobre algún otro viajero porque me quedaba dormido en el camino al laburo. Con el tiempo me recibí con dos títulos universitarios, los cuales fueron la estructura sólida para trabajar mejor: y eso se veía en los resultados.
Y llega Estanislao, mi primer hijo, llenando de amor y vida mi camino. Jamas pensé que él me daría tanta luz.
Al trabajar en boliches, algunas marcas reconocidas me contrataban para sus acciones publicitarias; se sumaban más viajes, más experiencias, yo notaba que las cosas iban avanzando. Así llegó el trabajo en Nueva York, con agencias relacionadas con artistas famosos. Aquella noche, una morocha y muy linda, me pregunta con tono fuerte (casi gruñéndome) si yo podía pasarle el abrigo, por que su pareja la había dejado sola y enojada; ¡eso es como dulce para un niño! Sin saber quien era, me ofrecí gentilmente a acompañarla a su piso para aliviar su angustia. El rotundo “no” de su parte se escuchó en todo el bar del hotel Hudson en NY; en mi caso no iba a darme vergüenza esa situación, muy por el contrario, advertí una oportunidad mientras veía que todos le rendían cierta pleitesía. De pronto, su asistente me dice al oído: “espera que hay periodistas, sal tu primero y ella irá por detrás, habitación 610”. ¡No lo podía creer! Me reía frente a unos amigos que no entendían nada; al llegar a la habitación me doy con una gran sorpresa: el guardia en su puerta medía más de 2 metros, y el tamaño de su cuello y espalda eran enormes! Parecía que jugaba de segunda línea de algún equipo de fútbol americano. Cuando me voy acercando me pone una mano enorme en el pecho y me advierte que si llevo un teléfono o una cámara me va a destrozar; yo iba a reaccionar a lo tucumano, pero era tan gigante que su mano abarcaba todo mi pecho, así que preferí ser diplomático, pues soy alguien bien educado y respetuoso (sic)
Hasta ahí, muchos misterios, controles, secretos.
“Jeeyyyy!! comeee onnnn!!!! Jeeeeeeeeyyyy! levannntateeee Jeyyyyyy!
La voz de su asistente en la mañana era una tortura.
“Tu vete iaaaaaaa!!! iaaaaaaaaa!!!! - me exigía ella.
Apenas podía ponerme los zapatos entre la resaca y el desconcierto. al salir el guardia se reía irónicamente; ahí sí que me embole, tomé coraje, me dí vuelta y le pregunté por qué tanto misterio, por qué tanto control, ¿qué tanta risa ni risa?, que ¿quién era esa chica?
Sonriendo me dijo “has escuchado hablar de una tal j. lo?”
Yo no lo podía creer!!
Pero lo que inmediatamente pensé es en “¿qué hubiese sido si el profe Banega hubiese estado aquí conmigo?” "¿qué le hubiera dicho Pablo Holgado al de seguridad para que lo deje pasar?" "¿cómo sería el apodo que Pituto le hubiera puesto al asistente? ¿Y Martincho Bellomio, lo habría desafiado?". Me preguntaba riéndome, sabiendo cada posible respuesta, deseando que todos mis amigos estuvieran ahí para reírnos más. De pronto me encontraba trabajando cerca de famosos, celebrities, exitosos, fracasados y malandras. Y en cada situación que yo vivía, ejercité el hábito de hacer de cuenta que mis amigos estaban conmigo, pensaba en lo que diría Bobsy, Maxi, Gustavo, el Getón, el Coreano, el Zurdo, Vinchita, Anderlain, el Pelao, Aldito, Modelo, disfrutado de cada aprendizaje, cada vivencia. Fue el mejor hábito que tomé, y aún lo sigo haciendo.
Así siguieron má temporadas en Bariloche, otras en Cancún, Brasil, y llegó Punta del Este, quizás la consolidación de tanto esfuerzo y aprendizaje; y a esta altura ya no estaba sólo, sino que llevaba conmigo a mis hijos a cada lugar, en lo posible, y pasaba los mejores días de la vida. Punta del Este, Miami, Ibiza, Cancún, Tuks and Caicos, Los Roques (Venezuela), Chile, Brasil, Andorra, Andalucia, Francia, y algún que otro lugar más se pegaban en mi pasaporte.
Claro, no todo era alegría; había algo que yo no sabía, o que no tomaba mucho en cuenta: esa vida me alejaba del rugby, de mis amigos de toda la vida, además de mi familia. Por otro lado, esos trabajos eran muy informales (léase "trabajar en negro"). Y ese fue un costo muy caro, que con el tiempo lo resolví haciéndome más profesional aún, más exigente.
Así que la decisión fue hacer todos los deportes que pudiera, en el lugar que se pudiera; eso realmente me equilibró y me dió la tranquilidad para estar lejos, pero pensando en mis amigos.
Y cuando todo parecía que se acomodaba, apareció “Carlos Paz” (Villa Carlos Paz, una ciudad maravillosa en la provincia de Córdoba). Solo viviríamos Estanislao y yo. Difícil desafío, gran cambio, muchos miedos e incertidumbre. ¡¡Y otra vez el rugby me dió la mano que me ayudó a salir adelante!! Una noche pasé “sólo a averiguar” los días de entrenamiento para mi hijo…. A los 5 minutos estaba en medio del ruck con el Seba, Tatín y Peter bajo la tierra del frió invierno!! Ahí, cerquita nomás, Juanito, Eze, y Mauricio se relamían para darme duro en el piso. El gringo me gastaba bromas mientras Maxi, Mateo y el Fede no entendían de donde había salido ese “ruludo”. Berdi y Eric hablaban con Martín presagiando el futuro de alegría. Y el tío Sorzi, Hilacha y el Cheto sonreían desde un costado sabiendo que el tercer tiempo nos iba a amigar durante varias noches. La “negra” de la cantina se miraba con Lili y Silvita, mientras tomaban su cafecito. Y más adelante Mauro, Chachi, Palito, Julian y Nico me terminaban de dar el “visto bueno”, con las familias apoyando siempre. Sin darme cuenta ya estaba ayudando en las infantiles y juveniles. ¡¡Cuanto orgullo!! El Carlos Paz Rugby fue la casa que me adoptó con un amor tan grande, que pensé que estaba entre los “purpurados” de siempre. Han hecho cosas enormes por mi familia, y eso quedó grabado a fuego.***
El Rugby me enseñó que a los amigos no sólo hay que quererlos para divertirse, sino que también hay que ocuparse de ellos: hay que llamarlos, visitarlos, contarles cosas, escucharlos, contradecirlos si fuera necesario, darles una mano. Pero por sobre todas las cosas hay que demostrar el amor y el respeto que se les tiene; tuve la suerte de coincidir gracias al rugby con un grupo de amigos enorme, y con unos locos grandes (por no decir viejitos) que nos guiaron de la mano del más grande loco de todos: Carlos Fraile: él nos enseñó la verdadera forma de ser amigos; por eso, y siguiendo su prédica, acomodé los viajes con el rugby, con los amigos y con mis hijos. Quizá tuve que hacer menos profesional mi juego, o por temporadas, pero a mis amigos al menos les escribía cada cierto tiempo.
Mi papá me había dicho la verdad: "cuando viajás, te reís, te divertís, conocés cosas increíbles"
Por eso, viajo llevando a mis hijos lo que más puedo, cargando en mi valija a mis historias con mis amigos; en mi bolso van las enseñanzas de mis viejos y las lecciones de la vida. Y en mi pecho, los colores: rojo, amarillo y negro, que me dan la fuerza para amar siempre con el corazón.
*** Fe de erratas: párrafo perdido y recuperado en un scrum del corazón (perdón Ricardo)
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