“El rugby, si no está
acompañado de lealtad, no es rugby”
(Luis García Yáñez, ex
jugador de Los Pumas)[1].
Lo ocurrido en Villa Gesell en el verano nos interpela a
todos los que integramos la familia del rugby.
Podríamos
reaccionar de forma defensiva, ante la injustica que implica “acusar” al rugby
de crímenes que no cometió, o de argumentar que “la sociedad toda es violenta”,
lo que es verdad. Pero ésta me parecería la respuesta más sana, ni la más inteligente, para estos tiempos donde nuestro
deporte requiere hacerse las preguntas que la hora reclama.
El rugby es un juego de valores puesto en acción a cada
momento. Pero ello es así tanto adentro como afuera de la cancha. En ese
sentido, Sebastián Perasso nos dice, con total acierto, que “los hombres del
rugby no nos sacamos nunca la camiseta”. Esto vale para adentro y afuera de los
clubes también, para hombres y para mujeres.
Más allá de que está claro que el crimen de Villa Gesell
fue perpetrado por un grupo de delincuentes que tenían la costumbre de atacar a
gente indefensa en patota y de pelear en cada salida nocturna, no podemos negar
que estos patoteros jugaban al rugby y
que asistían regularmente un club de rugby. Así como no podemos soslayar ni
dejar de repudiar que se llevaron la vida de Fernando Báez Sosa, una víctima
inocente del descontrol y la violencia.
A
partir de ahí, no admite análisis considerar que “eso” es el rugby. Pero siento
a estos momentos como oportunos y necesarios para revisarnos, para
interpelarnos a nosotros mismos en relación a malas tradiciones que vienen
arraigadas, o cuanto menos, repetidas y que solamente nos hacen daño, y que si
el rugby no las destierra el daño que sufriremos será mayor aún que el que ya
sufrió nuestro deporte en estos meses.
Si
hablamos de las “tradiciones” dañinas encontramos rasgos donde se mezcla la
falsa “masculinidad”, con el concepto nefasto del “macho” del rugby, ese que “no
tiene miedo”, el mismo que ya de niño aprende a “no expresar dolor”, y que de
joven se pelea en la calle “por el compañero”, cuando muchas veces lo hace
solamente por o para uno mismo.
Son
realidad las mentiras que quieren colar las personas que lo usan al rugby y que
lo denigran desde su conducta, a pesar de que son irrefutables las verdades que
encarnan los valores y el orgullo que sienten aquellas que son verdaderas personas del rugby, que le hacen
honor a su esencia, y que sienten el dolor ante las acusaciones.
La
sociedad, en general, fuera de nuestro micro clima, asocia el rugby con la
violencia. Esta idea equivocada tiene asidero en que el rugby sí tiene gente
violenta que lo practica. Y es ahí donde debemos animarnos a tener el coraje de
preguntarnos sobre algunas cosas. ¿Qué hace el rugby para desterrar a los
violentos? ¿Hasta dónde nuestro amado deporte tolera las conductas violentas,
sea por los “motivos” que sea? ¿Tenemos la idea real de generar las alarmas que
detecten a las personas que no responden a los valores del rugby? ¿Nos animamos
a poner límites que no fueron puestos en las casas? ¿Nos hacemos cargo de las
decisiones, más allá de los destinatarios?
No
admite discusión el principio de que la primera educación es la que los chicos
reciben (o no) en sus hogares. Pero también sabemos que los adultos que están
en los clubes (y que los representan), así como las instituciones mismas, son
responsables de personas menores de edad y también tienen el rol de educadores
durante esas horas que los chicos están con ellos. Para ello es necesario que
cada club establezca sus límites y los haga cumplir. Si esto no ocurre, el
perjudicado es el club, y el damnificado es el rugby.
Vale aclarar que sabemos que el rugby es un deporte de
contacto, que esa es una de sus características. Pero debe quedar de manifiesto,
sin dar lugar a confusión alguna, que no es lo mismo la violencia que la
agresividad, en ningún sentido. La agresividad es un condimento necesario para
este juego, que está hecho dentro de un marco reglamentario que no puede ser
violado y que, en caso de que esto ocurra, la sanción debe ser impuesta,
siempre.
Para
que esa agresividad se contenga y se canalice de buena manera, el jugador, el entrenador
o el padre cuentan con el margen de la norma que regula su conducta hacia el
exterior, en relación a los demás. Además, la persona que se dice del rugby
necesita del autocontrol en el plano individual, cualquiera sea su lugar, ya
que esta actividad amada nos ayuda a saber “contar hasta 100” antes de dejarnos
llevar por las pulsaciones. Considerar que siempre hay otro, necesario para
jugar, compañero, árbitro o rival ocasional. A quien comprende esto le cuesta
mucho menos reconocer al otro como otro en cualquier circunstancia de su vida.
¿Hablar
de esto implicaría sacarle el coraje real a nuestro deporte? En absoluto. Lo
que quiere decir es que hablamos de darle valor a lo que realmente tiene valor
para cuidar al rugby. Para ello, deberíamos dejar en evidencia a los que no respetan el espíritu que nos une.
El reglamento nos ayuda a cuidarnos y preservar al rival, jugando fuerte y
lealmente. La vida nos muestra las adversidades que el rugby nos ayuda a
superar, porque nos enseña a enfrentar obstáculos.
El
Dr. Julio Federik nos deja una enseñanza que resume el espíritu de nuestro
deporte, cuando dice: «Sin jugadores aguerridos se pierde la fiesta, pero
con jugadores desleales se la arruina».
Tenemos un desafío por delante: competir en el Siglo XXI
con los valores que le dieron vida al rugby.
Para ello, debemos procurar que los clubes sean un buen lugar para que nos
desarrollemos como personas, a partir de ser buenos compañeros y seres humanos
respetuosos, sin distinciones.
Es a partir de la honestidad que
podremos revisar de qué manera generamos las alertas para detectar conductas
que pueden hacerle mucho daño a nuestro deporte, sea dentro o fuera del club.
No es sencillo pero hay que comenzar por el primer paso. Ya tenemos la gimnasia
diaria de saber “leer” el juego de cada
uno, en lo humano y en lo meramente deportivo. Este deporte nos deja desnudos a
cada paso que damos en la cancha, que es un mini escenario de la vida. Esa es
una ventaja a la hora de evaluar nuestro accionar y de poder corregirlo.
En una sociedad inundada de
violencia, debemos tener el coraje de revisar conductas a partir de nuevas
miradas que rescaten las buenas tradiciones, sin temores, con la humildad que
tiene todo verdadero hombre de rugby.
Por
el bien del rugby, por el bien de sus
verdaderos valores, por el bien de la sociedad ¡manos a la obra! ¡Es
tarea de todos los que amamos al rugby!
Alejandro
Bellomio.

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